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¿Ayuda?
Kolek, el ser colectivo
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SonreÃa, sin animo
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ParecÃa que el extremo de su boca se replegase en un hermoso hoyuelo, al tiempo que apostado contra la pared, permanecÃa anclado sosteniendo entre sus manos y mirando aquel extraño libro. Un libro, un objeto único que casi habÃa desaparecido de la faz de la tierra. Seguramente uno de los últimos y pocos libros que existieran en aquella actualidad, un libro salvado de las quemas de libros de la gran Guerra.
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El brillo en sus ojos era tan absolutamente conmovedor, que parecÃan iluminados desde abajo, desde una luz inexistente que saliera de aquel objeto fÃsico, casi desaparecido, olvidado, cubierto de polvo, inalterado en el tiempo.
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Las manos le temblaban y sudaban, no tenÃa certeza alguna de lo que encontrarÃa al abrir aquellas tapas, pero estaba seguro que serÃa algo tan único, que podrÃa dar respuesta a todas sus preguntas. A fin de cuentas, habÃa llegado hasta allà buscando respuestas, buscando una oportunidad para la resistencia.
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Acarició el lomo del libro, sin apenas atreverse a quitarle el polvo, sin apenas querer intentar ver el tÃtulo, intentar leer y descifrar las letras y algunos sÃmbolos olvidados e impresos en aquel aparato, que en otro tiempo fue el almacén del conocimiento humano.
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Respiro hondo, tomo aire y abrió el libro. En letras borradas podÃa intuirse “Origen K...â€.
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El silencio de la estancia era absoluto y la antorcha que habÃa iluminado hasta ese punto sus pasos, parecÃa llegar a su fin, parpadeando intermitentemente, avisando de que su luz no durarÃa eternamente.
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Al darse cuenta que la antorcha llegaba a su fin, levanto la mirada, hacia el lugar por donde habÃa entrado, intentando sopesar las consecuencias de arrastrar consigo aquel preciado tesoro, tesoro que tal vez no soportara el cambio de humedad y temperatura en el exterior. Volvió a mirar nuevamente el libro, cubierto de un polvo adherido, polvo seguramente producido por su propia descomposición, polvo que se habÃa creado en aquella pequeña vitrina sellada al vacÃo.
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Respiro nuevamente dándose un segundo y pensó sobre las pocas opciones que tenÃa, posarlo en el lugar en el que se encontraba, en aquella vitrina de cristales oscurecidos que antes hacÃan vacÃo pero que ahora ya no podÃan ser sellados nuevamente o llevarlo consigo arriesgando el perderlo al llegar al exterior. Cerró la puerta de aquella vitrina, que habÃa ocultado y protegido el libro que contenÃa las respuestas sobre Kolek y miro la estancia, sabÃa que no podrÃa permanecer mucho rato allÃ, que la luz se extinguirÃa y con ella las posibilidades de salir a la superficie.
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Sintiendo la tristeza de no poder descifrar aquellos párrafos, también sintió un cosquilleo en el estomago por llevar el libro consigo, se encamino torpemente hasta aquel pequeño agujero que se habÃa abierto en el suelo y le habÃa permitido acceder a la particular estancia.
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De nuevo sorteo la columna de mármol que caÃda, permanecÃa en mitad de aquella sala, lo suficientemente grande como para albergar a más de cien Kolek, pero no se paro más. La antorcha avisaba que tenÃa que salir. Esquivo un monte de escombros y piedras que se esparcÃan a su izquierda para comenzar a escalar por la pared que se habÃa abierto antes de dejarle caer.
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Con la mano libre se aferro al saliente que se habÃa roto y con el impulso de sus piernas consiguió llegar hasta el pasillo por el cual habÃa entrado. La luz de la antorcha amenazaba con apagarse y si esto sucedÃa, estarÃa perdido, morirÃa en la oscuridad; sin luz no tendrÃa la capacidad de poder encontrar el camino de regreso. Desde el saliente, se arrastro nuevamente los cien metros por aquella grieta que antes de entrar le habrÃa pasado desapercibida, el aire que habÃa movido el fuego y luz de la antorcha avisándole de la existencia del agujero, ahora le avisaba que la antorcha no permanecerÃa mucho mas tiempo encendida. Giro seguro hacia la derecha y regreso nuevamente a la galerÃa por la cual ya podÃa andar a gatas, aun con dificultad.
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La luz de la antorcha parecÃa extinguirse por segundos, mientras intentaba avanzar todo lo rápido que podÃa por aquella galerÃa llena de arena y rocas desplomadas. Giro a la izquierda siguiendo el camino que habÃa marcado en la pared con la tiza blanca que habÃa encontrado en el suelo antes de entrar por aquel agujero medio derruido. Continúo otros veinticinco metros asegurándose de no dejar ninguna marca de tiza atrás, en ningún cruce, en ninguno de los pasillos que se abrÃan a izquierda y derecha. Pensó en el número de marcas que habÃa realizado desde la superficie hasta llegar a la grieta, más de cincuenta. Se apresuro, tomando conciencia que todavÃa no estaba ni a la mitad de las marcas que conducÃan hacÃa la salida, dejo atrás otros tres pasillos sin marcas y acercando la antorcha a cada una de las esquinas, escudriñaba en busca de alguna marca, temiendo saltarse la señal que indicaba el camino correcto. El corazón acelerado, golpeaba insistentemente el pecho, el sudor resbalaba por su frente, mezcla del calor del ya exiguo fuego y de los nervios de la posibilidad de descubrirse perdido sin luz.
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Una de las marcas realizadas le indicaba que tenia que girar a la izquierda, avanzo con la respiración agitada, mientras rebuscaba con sus sentidos agudizaos por la presión la siguiente marca de tiza que le condujera hacÃa la salida de ese laberinto. La antorcha, mantenÃa una pequeña llama aun, pero era ya evidente que se apagarÃa en pocos minutos tal vez segundos. Procurando que no se apagará, se quitó los pantalones, desnudando su cintura y enrollando el pantalón un poco por debajo de la llama que la brea aun sostenÃa encendida. Era consciente que la ropa no le darÃa mucho tiempo de luz, pero tal vez le acercará a la salida.
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La llama casi extinguida encendió los pantalones, procurándole un instante más de luz. Se quito camisa y calcetines, pensando en como alimentar la llama en caso no encontrará las salida antes de que el fuego diera cuenta de sus pantalones. Desnudo avanzaba por la galerÃa, tiritando por el frÃo, pero agradeciendo que no fuera un sitio húmedo y que su ropa aun estuviera lo suficientemente seca como para arder. Avanzo unos treinta metros, temiendo la muerte. Ninguna marca en ninguna esquina le indicaba giro alguno y siguió avanzando hasta llegar al punto, al punto donde entendió que morirÃa en aquel laberinto.
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El pasillo por el que avanzaba, era un pasillo por el cual no habÃa pasado, era un pasillo sin salida un camino muerto. La luz de sus pantalones sin el alimento de la brea que habÃa utilizado al construir la antorcha, parecÃa extinguirse rápidamente, la antorcha prácticamente apagada le sumÃa en la oscuridad, perdido, encerrado, sabiendo que no podrÃa avanzar, ni retroceder en la oscuridad y que entre aquellas paredes la única muerte que le esperaba era la sed o el hambre.
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La sonrisa y el placer de sostener aquel libro habÃan desaparecido, sintiendo el vacÃo de haberla fallado, de morir solo, de perder la oportunidad. Tan solo miedo, los ojos abiertos enfrentados a la agonÃa de una muerte seguramente lenta, mirando a una pequeña llama que parpadea lentamente, creciendo y decreciendo, hasta que en un giro reflejado en las pupilas se desvanece, apagándose, dando pasó a la más negra de la oscuridad.
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